Hoy quería hablar de muchas cosas, como sobre qué he estado haciendo estos dos meses de parón. Pero quiero ser breve y concreta, y dejaré que eso salga poco a poco en los siguientes posts.
Hoy hablaré de cómo casi un proyecto me hace creer que ya no valgo como ilustradora.
El año pasado me propuse hacer un calendario ilustrado del 2025. Lo quería tener listo para el próximo diciembre y, de paso, así tendría una novedad para llevar al Salón del Manga de Barcelona.
La cosa parecía de lo más sencilla. Un proyecto de 12 ilustraciones nuevas con un minirelato de un viaje de dos amigas que viajaban por diferentes lugares por España. Una idea que ya hice unos años antes, pero esta vez con escenarios nuevos.
La primera vez que lo hice no me llevó mucho tiempo. Así que pensé que esta vez lo tendría incluso antes. Se supone que tenía más experiencia dibujando, ¿no? Todo tenía que salir rodado.
¿Pero qué pasó en realidad?
Ya era septiembre y no tenía ni la mitad de los dibujos hechos. Iba mal, muy mal de tiempo. ¿Pero qué había pasado diferente?
Para empezar tenía una realidad diferente a la primera vez. En aquella época estaba a dos velas, sin trabajo, sin cuota de autónomos y con mucho tiempo. Estaba 100% dedicada a ese proyecto.
Pero ahora mi realidad era otra. Ahora tenía la tienda online como ocupación, otros proyectos y planes, y la incertidumbre laboral típica de los autónomos.
Además, después tener periodos largos sin dibujar me notaba desentrenada. La fluidez si no se practica se pierde. Igual que pasa al tocar un instrumento.
Ya pensaba que mi capacidad de ilustradora se había marchitado. (Sí, drama queen de manual)
Es verdad que contaba con una fecha límite. Pero era tan lejana y tenía tanto tiempo por delante que siempre dejaba el proyecto del calendario para “cuando tuviera tiempo”. Vamos que lo estuve procrastinando a tope.
Entonces, cuando le conté mi problema a mi amiga Moni, ella sabia y firme, me dijo que a partir de ese día le enviara una ilustración terminada a la semana. Ella sería mi “editora”.
Y vaya si funcionó. Ahora tenía una fecha límite a la vuelta de la esquina y me las ingenié para dedicarle algo más de tiempo al día, sin dejar atrás la tienda online, por supuesto.
A decir verdad, no he podido cumplir con su exigencia a rajatabla, pero mi velocidad en ese proyecto sí que subió +1000%
Ahora, con una fecha límite a la vuelta de la esquina me encuentro un poco corriendo y dibujando bastante más que de costumbre. Cosa en cierta manera me gusta. Soy una persona que funciona bien bajo presión. Pero ojo, no bajo estrés.
Un disclaimer para las fechas límite: Hay que medir bien cuánta presión nos autoimponemos para funcionar mejor, con cuidado de no pasarnos hasta rompernos. Cada persona funcionamos diferente, por eso es importante conocernos bien. Y eso se hace a prueba y error (mucho error).
Aquí os dejo una de las ilustraciones del calendario, que por cierto, ya tengo en preventa en mi web.
Resumiendo: con todo esto quiero decir que las fechas de entrega a corto plazo funcionan bien para mejorar un poco la productividad. Puedes leer más tips para ganar constancia creativa en mi newsletter pasada.
Si un proyecto tiene una fecha límite lejana funciona bien dividirlo por etapas. Es algo que estoy poniendo en práctica con un nuevo proyecto de comic breve. La etapa de guion me la puse para unas pocas semanas, y de momento va dando sus frutos.
Y como es tradición ahí van unas viñetas:
En la próxima newsletter hablaré un poco sobre comenzar proyectos. Porque los proyectos creativos molan mucho, pero ojo lo que cuesta empezarlos.
Ten un buen día,
Miriam
Me he sentido super identificada con lo de que antes era rapidísima y ahora necesito otros procesos distintos.